Una marcha de gente que se autopercibe revolucionaria y en lucha contra una dictadura que no existe
Este sábado, se llevo a cabo la «Marcha Federal LGBT+ Antifascista» que recorrió las calles con banderas y pancartas bajo consignas de «antifascismo» y «antirracismo». La marcha, promovida por los sectores progresistas más radicalizados, se presentó como una «resistencia» al gobierno, a pesar de que no existe ninguna persecución política real en el país.
Entre los participantes se repitió una consigna: “volvemos a tener miedo”. Un eslogan llamativo en una Argentina donde el verdadero temor lo viven a diario quienes sufren la inseguridad y el avance del delito. Irónicamente, muchos de los sectores presentes en la marcha han minimizado por años la crisis de inseguridad o han respaldado políticas que debilitan el combate contra el crimen.
La convocatoria tuvo el empuje de los sectores de siempre: organizaciones de derechos humanos, feministas, LGBT, La Cámpora, el Massismo, la UCR, algunos sindicatos y partidos de izquierda. Todos alineados en un mismo discurso que, aunque pretende ser inclusivo, en la práctica se ha convertido en una doctrina excluyente: quien no repita sus consignas es señalado, cancelado o acusado de intolerante.
El evento contó con una llamativa presencia sindical, particularmente de la CGT, que no ha mostrado la misma disposición para movilizarse por los jubilados, principales víctimas del ajuste. La central obrera parece haber cambiado sus prioridades: en lugar de defender los derechos laborales, se alinea con una agenda identitaria impuesta desde el progresismo global.
La marcha también dejó en evidencia el avance de la fragmentación social promovida por el identitarismo. En lugar de una ciudadanía unificada, se fomenta una división permanente en base a raza, género u orientación sexual. El discurso de la «opresión estructural» convierte a ciertos grupos en victimarios absolutos y a otros en víctimas eternas, sin matices ni posibilidad de debate.

Otro punto llamativo fue la fuerte presencia de banderas palestinas y consignas contra Israel, al que se acusó de «genocidio». Resulta paradójico que quienes dicen defender la diversidad y los derechos humanos respalden abiertamente a un movimiento que, en los países que representa, castiga con la pena de muerte a homosexuales y reprime violentamente a las mujeres.
Más que una manifestación en defensa de derechos, lo de hoy fue una demostración de fuerza de un sector político que se niega a aceptar su pérdida de poder. La narrativa de la resistencia solo se sostiene cuando hay una amenaza real a las libertades, y Argentina, a pesar de sus problemas, sigue siendo un país donde cualquiera puede expresarse sin miedo a represalias.


